09 septiembre 2010

Larga Vida a El OJO ATÓMICO, Prensa Terminal.

Cuando Tomás Ruiz-Rivas y yo nos conocimos en Alemania en 1987 ya había una pulsión de muerte al arte oficial subiéndonos por la carótida. Cada uno en su trinchera.

Desde Válgame Dios, 3, anterior a El Ojo Atómico, empezaron a pasar por sus espacios Jaime Aledo, los Estrujenbank (Juan Ugalde y Patricia Gadea), Elena Blasco, Gonzalo Cao, Nieves Correa, Fernando Baena, Manuel Ludeña, Santiago Sierra, Libres para Siempre, La Nevera o Public-Art.

La movida había muerto. La EXPO 92 había matado. Lo cierto es que el Ojo en Sánchez Pacheco (93-94) nos sirvió de catalizador. Antes o después recalábamos por allí, el Yastá, Espacio P, Fúcares, El Sol, el Siroco, o el Teatro Pradillo, a ver a La Ribot. Mutó luego a Antimuseo, un proyecto global y combativo.

Pero ¿qué fue de la revista El Ojo Atómico, Prensa Terminal, nº 0, marzo 1994?

Conservo varios ejemplares. Veintitrés páginas cercanas al fanzine de la década anterior. Aúna colaboraciones de Nel Amaro y Pepe Medina, una entrevista a los Petersellers, una a Santiago Segura, fotos de una instalación de Fernando Baena junto a mi artículo "El Estado Humanitario", o el recortable "viste a tu personaje favorito...¡este mes...Antonio López!", sin firma.

El final es un soberbio texto de Santiago Sierra, dos apretadas páginas tituladas:

"Instalaciones no realizadas 1.   61.314 Piezas individuales",

desde las que propone exponer sin separaciones 1753 folios a doble espacio, cada uno con 35 nombres propios que corresponderían a los fallecidos en accidentes de tráfico en España entre 1979 y 1989. No pasen por alto el hecho de que es una pieza definida en sí misma por/para no ser construida.

Larga vida, pues, a El Ojo Atómico, Prensa terminal.