05 enero 2012

Sed (2011), de la luna libros: portada.

Yo, que siempre he sido lectora solapada, no puedo sustraerme a empezar por el principio. Como hace Marino González. Si él nos reenvía al Génesis y el Gilgamés en las tripas del libro, baste por ahora  señalar los ardides de editor en portada y contraportada.

El amor al oficio y el conocimiento de las voces bifurcadas que pueblan este volumen facticio, como los del XVII, se reflejan en una impactante cubierta, con fotografía de Pedro Gato, telón de fondo de la larga acotación teatral inexistente que en cierto modo es el cuerpo del texto, compuesto como Nuevo Decamerón para entretenernos con relatos, mientras la ciudad escindida acecha.

No puedes quitarle los ojos cuando la has visto en una mesa. Asesinado por el cielo, entre las  formas que van hacia la sierpe y las formas que buscan el cristal, pensé. 

Aunque lejos de ser una calle de Nueva York, la composición de los edificios potencia esa idea. La fachada en penumbra del ángulo diestro de la punta (así se describiría en un blasón), presenta una arista de luz en su extremo, y parece crecer alejándose de nosotros; mientras que la fachada opuesta, en violenta sombra, acentúa la perspectiva oblicua, y parece caer sobre el azul frío del cielo, que contaminado de sable (el negro en los esmaltes heráldicos), se satura hacia el vórtice. 

Se ha utilizado un violento contrapicado que rompe el formato rectangular del libro al potenciar el claroscuro la composición en tres bandas diagonales cuyos puntos de fuga, fuera de campo, convergen a nuestra derecha, donde el azul, menos saturado, y una doble sección curva, parecen darnos un leve movimiento, casi un suspiro de alivio, quizá una bocacalle.

El punto de vista ha eliminado las partes media e inferior de los edificios, prismas esquemáticos, y con ellas, las aceras y la calle, eliminando posibles transehúntes. Todo detalle ha sido suprimido. El color se constuye por grandes planos de grises que obedecen a una luz esquemática que niega figuras y fachadas, pero dota de especial significación a la correspondencia de formas y sombras, sometidas a los sentimientos, como quería Kandinsky. Sólo un jirón azur.

Adán al revés es nada, dice José Emilio Pacheco que dice Unamuno. Oído ese odio, dice Marino, quien como Asmodeo, ve cajas y escenario; pero al mirar al telón cierra los ojos. No está preparado para el espejo roto. Su ojo no quiere rasgarse, no está todavía acostumbrado a las sombras. No mirará. Pero sigue ahí, ante los ojos esta imagen de la ciudad, este blasón tajado de un mandoble, del ángulo diestro del jefe al siniestro de la punta. Quevedo, casi ciego, masculla entre cajas.