25 marzo 2010

Sensación de Universo (2008)

Los títulos son la esencia del poemario, lo que queda en la retorta después del proceso alquímico: lo que estaba antes, en el origen; lo que generó el vector, la palabra.

Cuando hace apenas dos años Jaime Olmedo tomó de Valéry una de sus expresiones de mayor fortuna literaria para hablar de la poesía, desde el título animaba ya a buscar entre las oscilaciones de la palabra.

Si el título es marca, las citas son también determinantes: toda una biblioteca paralela, como los marginales de otro tiempo. Topología verdadera, activa en la memoria fragmentos de la Oda a Juan de Grial, la Epístola moral a Fabio, o el Cántico espiritual, para apuntar a la intención última de sus propios versos. Y están ahí, emblema cardinal para quien sepa leerlo. No en vano, escribimos para ocultar mejor lo que vedamos. La relevancia ética entre el decir y el mostrar nace aquí de Valla, Pérez de Oliva, de la Philosophia Christi, antes que de Hölderlin o Juan Ramón.

Aún sigo en los márgenes, en el querer ser del texto, no en el cuerpo del texto mismo, en un intento de acercarme a los poemas como nacieron, y deslindarme de la cárcel de la edición, tan cuidada. Pero, El Soneto Primero de Shakespeare, pórtico que ilumina el título y parece vertebrar la ordenación tripartita, me conducirá al Anhaga primigenio de Exeter, al Cantar de los Cantares, a las Danzas de la Muerte, para reenviarme, como el péndulo de Valéry, al centro del poemario: el Cántico B, nombre de la segunda familia de manuscritos, que hace resonar la reflexión moral de San Juan en otra clave. Nombrar el manuscrito hallado por García Valdecasas, y hacer de ello poesía con imitación compuesta, es algo más que meritorio.

Restaurar la lengua, esto es, la sintaxis, el léxico, las cesuras, la métrica, los símbolos, es restaurar al mismo tiempo la filosofía natural desde el sensorium, como Nebrija quiso hacer frente al canon nefasto, o Garcilaso frente al híspido Arte Mayor. Para Ibn Arabi, todo lo que llamamos Universo se relaciona con la divinidad; como la sombra o el reflejo en el espejo lo hacen con la persona, así, el mundo no es sino una sombra de Dios. 

Toda esta tradición asimilada no distrae del brío de los endecasílabos y heptasílabos, la musicalidad de las asonancias, la aspereza o dulzura del sonus concordado con ánimos y asuntos, los fogonazos adjetivos, o el rescate de vocablos como conticinio, de rara envoltura órfica. Este último punto, la orfebrería del léxico que recama y reviste las ideas y vivencias es un trabajo de urdimbre tan precisa que dejaremos para otro momento su disfrute.

Abandonemos ya los verbos inventados, el uso de esa ese seminal silente, el tiempo aljibe, los patrimoniales en -al y -ar. Salgamos de los sistemas de organización simbólica del Ars Moriendi barroco. Cerremos un momento la habitación número trece del Leicester Hotel (página 61), y dejemos a Olmedo reposar. 

Baste este último gesto para hacerme perdonar lo imperdonable: esta autopsia.

Crónicas de Humo (2): 26, Rue Racine 75006 PARIS.

"No puedo huir de esa sensación; la sensación de ser el autor de esa novela, de que alguien ha leido en mi imaginación antes de que yo haya podido hacerlo. ¿Será eso posible?"
Crónicas de Humo (2008), p.236.

Gonzalo Manglano no imaginaba cuando escribió las palabras que atribuye al Manglano autor que resultarían ciertas. Muy cerca del área parisina donde transcurre la mayor parte de la novela: la zona de Place de la Sorbonne, Saint Sulpice, Boulevard Saint-Michel, se publicó en 1924 un panfleto de Vicente Blasco Ibáñez en la línea del J'accuse de Zola, en cuya cubierta puede leerse:

Alphonse XIII démasqué: la terreur militarista en Espagne.
Traduit de L'espagnol par M. Jean Louvre
Paris, Flammarion, 1924
26, Rue Racine

El tiempo ha vuelto a correr sin esperar sus pasos, como en la novela. Le espera desde hace diez años junto a la Place de L'Odeon un Alphonse ya démasqué en busca de editor. (Rizzoli compró Flammarion) ¿Quién es Alphonse démasqué?


17 marzo 2010

Crónicas de Humo: una coreología.

Registrar en papel los movimientos de la danza a modo de partitura para que perduren en el tiempo, no es fácil. La coreología es la notación del nodo de relaciones dinámicas complejas en el que el cuerpo acota el espacio, lo señala deícticamente, lo convierte en finito. No existe el espacio real, dice Laban, es el cuerpo el que al actuar sobre él lo personaliza, lo dota de sentido al ir dibujando una red de representaciones que simbolizan la fluctuación entre el ser y la nada, el cuerpo y el espíritu, el yo y el falso yo, el arte y su antítesis.
Así, Manglano en sus Crónicas registra las evoluciones de Alphonse Masqué, sus recorridos, la tipología de sus pasos: los pies desnudos de un esclavo (p.83). Sólo entonces el París de Baudelaire, de Vian, de Ramón, se personaliza.
Con un estilo propio, una prosa rítmica y un lenguaje primigenio, preciso, que expresa los matices del pensamiento ontológico, crea imágenes memorables como el cristal y la llama, o el perro devorando el pescado. De raiz junguiana, cercanas a lo onírico, están entroncadas con los ismos, las greguerías o el análisis. Y sin embargo, el París frío, hostil, en putrefacción, cristalizado, acaba cristalizando a Guy Etienne. La dislocación, la contaminación, se traducen en poderosas metonimias y sinestesias. Como en Finnegans Wake, los personajes intercambian identidades, discursos, gestos, ocultos tras nombres arquetípicos como Gibier o Le Courbe, danzando en un baile de máscaras cercano a las danzas de la muerte.
Evocando al Quijote, la autoría se diluye en un juego especular, se intercalan subtramas, los géneros se mezclan.Los muertos hablan. Rulfo, Unamuno, Sábato, Torrente, Bekett, Coetzee, Bernhard se cuelan en la urdimbre: bien armada, aunque de transición suave .Negredo. Albedo. Rubedo. Citrinitas. Negro. Blanco. Rojo. Amarillo. Transmutación alquímica.
Volvamos a la notación Laban. Hay tres líneas paralelas que se leen de abajo a arriba y de izquierda a derecha. Articuladas sobre un eje vertical; su continuidad representa la dimensión temporal del movimiento. En la notación Manglano, que también habrá de leerse de abajo a arriba, como las vidrieras góticas, hay que aguzar la vista, cándido lector, para hallar la verdad que yace al fondo.
Por cierto, ¿Quién es Alphonse Masqué?