Aunque el Caronte de Santi Senso se tomara un descanso en el trabajo y condenara a los hombres a vivir eternamente en plena Plaza de Las Veletas durante el Festival de Teatro Clásico, lo cierto es que en Cáceres, las almas seguían cruzando tranquilas porque tenían otro psicopompo de guardia al que también gustan las 'palabras, palabras, palabras', que diría por boca de Hamlet el Bardo antes conocido como Shakespeare.
La palabra bardo para los celtas señalaba al contador de historias, leyendas y poemas; el bardo tibetano significa literalmente estado de transición entre una vida y la siguiente, y así volvemos al trasiego de almas y palabras de una a otra orilla con la ayuda de un guía, el psicopompo, en forma de barquero; de gato, como en La Alicia de Carroll; de búho; o de cuervo, como en Poe.
Con permiso de Jung, que le atribuye la mediación entre consciente e inconsciente, salto del Virgilio de la Divina Comedia al Peter Pan de Barrie, y me quedo con los niños perdidos y los cronopios en el café de Lupe Salguero esperando que me guíe Cortázar; que la música que sale de Rayuela me ayude a saltar de casilla en casilla, de palabra en palabra.
Mientras leo, tomo un café en mi refugio, claro está sin reloj: conozco de memoria las instrucciones para darle cuerda del gran Julio. Siento que el asa de la taza también es un bracito desesperado que pugna por asirse a mis dedos, que la fría tinta se ha gangrenado en la espera e intenta adherirse a mi piel y correr mesa abajo. No en vano la editorial se llama Delirio y el poeta, Aníbal.
Para charlar, para leer, para organizar una presentación, para admirar las sillas recuperadas por Marga Pulido. Cualquier hora es buena para curiosear por sus estanterías y llevarse una joya de las que editan
con impecable gracia los pacenses El Verano del Cohete. Van a oir hablar mucho de ellos.