En los años ochenta, los proyectos culturales se convirtieron, mediante campañas masivas, en acontecimientos políticos a mayor gloria del Estado, aunque carecieran de contenido y efecto duradero. Léase 1992.
Pero hoy, ámbitos seculares de la actuación institucional del Estado se transfieren a conjuntos borrosos cuya orientación es inasible, y cuyas oscilaciones son tan rápidas como contradictorias. Y la sociedad civil, a las puertas, entrando sin llamar. ¡Santo Hobbes!
Pero hoy, ámbitos seculares de la actuación institucional del Estado se transfieren a conjuntos borrosos cuya orientación es inasible, y cuyas oscilaciones son tan rápidas como contradictorias. Y la sociedad civil, a las puertas, entrando sin llamar. ¡Santo Hobbes!
El de ayer fue un paso lógico en la cadena trófica. A fin de cuentas, ¿qué era la Dirección General del Libro, sino un agujero más en la capa del harapiento? Una sencilla regla de tres resume el desplazamiento: las industrias culturales son al libro lo que la cirujía plástica a la sanidad.