20 enero 2012

Samsa hic et nunc.



El arte del siglo XX experimentó el silencio, la música callada, el lienzo en blanco. Vivimos en un tiempo en que esa experimentación ya ha sido realizada: la palabra ha sido comprimida hasta el punto de diluirse; la fuerza de la imagen singular ha sido disuelta en el vértigo de las imágenes.

El diagnóstico de Hegel se ha cumplido. Con el arte en punto muerto, la vanguardia viene a ser un simulacro, el experimento, gesto, el logos, parodia. ¿Qué hacer cuando a la invitación al silencio no le ha seguido el silencio, sino la escenografía de la invitación?

Ahí radica uno de los ejes sobre los que se vertebra la contemporaneidad: la palabra viviseccionada, reducida a desnudez insoportable, a catafalco teatral. 

En gran parte del discurso de hoy la palabra vive bajo sospecha. Ha perdido su valor para aprehender el mundo. Llegados a este punto, no hay cobertura metafísica que otorgue inmediatez a los significados, no pueden nombrarse nuevas teofanías.

Si Idealistas y Románticos confiaron en la fuerza de la palabra para la creación de mundos, para sus contrarios todas las proposiciones valen lo mismo: la palabra fluye hacia la incertidumbre. Cuanto más necesaria es, más insegura.

Entre esta necesidad y esta inseguridad se sitúa la ironía de nuestro tiempo. De ahí la paradoja, pues sin fe en el valor de la palabra no puede haber fe en el conocimiento de la realidad. 

Desde Kafka las cosas ya no son y las palabras ya no dicen qué son. ¿Podemos seguir hablando de literatura como escritura del decir de las palabras, si postulamos que éstas ya no dicen? Beckett lo hizo.

Sin el mito, que era la consecuencia de la capacidad de nombrar y, por tanto, de la fuerza sacralizadora, la literatura cae en el vacío ontológico, el solipsismo radical acaba exigiendo silencio, y transformando a Gregorio Samsa en un insecto monstruoso.

Sin embargo, ¿debemos camuflar la experiencia del silencio bajo la experiencia del olvido, como hizo la posmodernidad? ¿O debemos, más bien, recomponer los fragmentos de la palabra, neosacralizarla? Claro, Samsa también habla.